Película Airbender, el último guerrero

La trayectoria de Shyamalan agoniza en un último estertor llamado Airbender, El último guerrero. ¿Dónde quedaron los grandilocuentes e imaginativos recursos de El sexto sentido, El Bosque o El Protegido? ¿Qué fue del director que lograba que pantalla y retina quedaran prendadas en un baile de ingenio y singularidad? Amigos, desafortunadamente el desprestigio y la zafiedad se ciernen de forma inminente sobre el que fue fetiche de tantos: Shyamalan en caída libre y con pocas perspectivas de remontada.

Airbender es la crónica de una muerte anunciada. El incidente ya ostentaba una mediocridad que incomodó a buena parte de los adeptos, sin embargo, la cinta conservaba el identificable sello del director. Algo similar aconteció con La joven del agua, denostada por un amplio sector de crítica y público. No obstante su último trabajo, tan irreconocible como anodino, confirma de manera irrefutable un coma creativo que esperamos sea reversible.

Pero centrémonos en el tema que nos ocupa, Airbender: El último guerrero. Adaptación de una serie de anime, la historia versa en torno a la desaparición de la armonía entre las cuatro naciones: Aire, Agua, Tierra y Fuego. Tan sólo el Avatar, mesías reencarnado capaz de controlar los cuatro elementos, será capaz de restablecer el orden y asegurar la futura avenencia de los reinos.

Los mensajes ecologistas más recurrentes se suceden en una amalgama de artes marciales, efectos especiales medianamente plausibles y moralinas trilladas que desembocan en un maremágnum de tópicos añejos. El metraje avanza en un caótico bombardeo de secuencias, engarzadas de un modo tan burdo y atropellado que uno es arrastrado hasta los deseados créditos a base de empujones. Y es que sin duda estamos ante uno de los montajes más zafios de los últimos tiempos. El consiguiente tedio y el desinterés asaltan los minutos de cinta y todo ello se condimenta con unas actuaciones que se sitúan en la gama de grises, sin mencionar el desafortunado doblaje. Digna de mención y a modo de curiosidad, se podría destacar el nuevo registro que despliega Dev Patel, protagonista de la oscarizada Slumdog Millionaire (Danny Boyle, 2008) y personaje del teen drama Skins. Dejando a un lado el papel de entrañable idiota que le ha hecho saltar a la fama, se constituye en esta ocasión como villano desterrado y herido en el alma. Una lástima que la poca solvencia con que el personaje está trazado coarte el alcance interpretativo del joven talento. Todo un desperdicio.

Los pocos resquicios positivos que la cinta esconde residen principalmente en la ambientación y la atmósfera, predominando los paisajes glaciales y los paraísos arquitectónicos escondidos en el espesor de la foresta. El aire, el hielo y el agua en manos del Avatar cobran formas tan inverosímiles que cautivan. A nivel individual, la práctica de las artes marciales convence, no tanto las escenas coreografiadas de las grandes batallas.

No obstante, ni por asomo estas pequeñas virtudes despojan a la cinta de la tosquedad del conjunto. Y es que se antoja fruto de la inmadurez de un director novel cegado por un presupuesto astronómico en sus manos. Lástima que un director que parecía tener estrella acabe estrellado. Cosas del cine.