Película Un ciudadano ejemplar

Una comedia disfrazada de thriller. Sólo así se puede entender una película como Un ciudadano ejemplar, porque de otra manera nos topamos con un artefacto de (des)proporciones aberrantes. Vista de esa manera, podría incluso hasta tener un pase, por resultar simpática y poco aburrida; el (gran) problema es que la cinta se toma en serio a sí misma, y flirtea peligrosamente con aspectos éticos relacionados con la justicia de la misma manera que un pirómano juega con un mechero. En efecto nadie osará concluir nada elevado de ella, pero el espectador en ningún caso debe esconderse de sus indisimulados mensajes, menos aún cuando éstos radican en la más absoluta simpleza y se construyen alrededor de la ineficacia y el capricho narrativo.

Cuando su esposa y su hija son asesinadas, y ante la más que dudosa actuación del fiscal en el caso, Clyde Shelton decide tomarse la justicia por su mano, emprendiendo toda una espiral de asesinatos alrededor de aquellos que él cree que, de una manera u otra, tuvieron la culpa de que aquel terrible suceso ocurriera. No lo tendrá fácil, puesto que parecerá vivir el resto de sus días entre rejas, pero aun así, se las ingeniará para crear el más absoluto pavor a lo largo y ancho de la ciudad.

Malos ejemplos

De esta manera se define el particular sentido de la justicia que el personaje principal ostenta -y que va mucho más allá de una tremebunda venganza contra el asesino real de su familia-, radicado en una violencia inusitada y sin justificación alguna, que aumenta progresivamente a lo largo que transcurre el film para que éste acabe convirtiéndose en un no va más de trucos y repliegues argumentales difíciles de digerir, fruto de un guión que deviene en disparate, en un absoluto (y absurdo) increíble. Todo con el objetivo de dejar en evidencia la debilidad del estamento puesto en cuestión, empresa harto complicada cuando se encara no ya desde la obstrusión de ideas que aportar frente a los complejos dilemas y puntillosas acepciones que la ley pueda desprender, sino desde la ausencia de las mismas frente a tal coyuntura.

Por todo lo anterior, y sumando la rudeza natural inherente a esta clase de productos (despojados de carisma, inventiva o seriedad), junto a la profunda impersonalidad con que el director F. Gary Gray pone en escena semejante despropósito(s), nos queda un artilugio que, en lo que a la memoria cinematográfica reciente se refiere, bien nos recuerda -por puntuales visualizaciones de la tortura y, sobre todo, gracias a los milagrosa y extremadamente lúcidos ingenios para hacer reventar, literalmente, a los demás por parte del carismático y simpático asesino- a la saga Saw, lo cual no es mucho decir. Y sin embargo ésta al menos mantenía una unidad de estilo y de perpectiva, además de una mínima coherencia interna, por pobres que todas ellas resultaran al final.

Ni arreglo ni pulcritud

Si de verdad quieren comprender el significado justo del título de este film, háganme caso: no vayan a ver esta película y gástense los seis euros en tomar unas ricas cervezas con la inmejorable compañía de los amigos, mientras discuten, si quieren, de cine (de aquello que un día se dio en llamar buen cine, incluso); la primavera es un tiempo para salir y divertirse al aire libre. Estoy seguro de que me lo agradecerán.