Los Tenenbaums. Una Familia de Genios

Wes Anderson siempre se ha caracterizado por ser un artista integral, un mariscal a cuya llamada acude raudo el mismo equipo técnico con el que comenzó su carrera y un puñado de actores ganados para la causa (los hermanos Wilson, Bill Murray, Anjelica Houston, Jason Schwartzman…). Dirección, fotografía, montaje, guión, casting, banda sonora… todo pasa a través del filtro de este autor cuya influencia en el acabado de sus películas es absoluta. Éste su tercer parto es, quizá, el mejor ejemplo de ello.

Cualquier aspirante a cineasta, como mínimo, debería aprender de la prodigiosa capacidad del director tejano para la composición escénica en esta historia de frustraciones, líneas de amor divergentes y lazos familiares en tensión permanente. Al compás de su abrupto montaje y su excelente ‘tracking’ musical, la cadencia de la película es maravillosa. Cada secuencia mejora a la anterior. El vestuario recurrente, la acertada dirección artística, todo brilla hasta tal punto que uno a veces pierde el hilo de los acontecimientos embelesado por semejante despliegue audiovisual, probablemente el mejor de su filmografía.
Image

Y si esto ocurre es porque, por el contrario, también es una de sus historias más impermeables, menos capaz de crear verdadera empatía. Y no es que sea imperceptible su intención semántica, o que ande floja de nivel interpretativo; todo lo contrario. Es que, sencillamente, no posee ese intangible emocional que cala en el espectador y conduce a la película al nivel que su factura merece.

Si por casualidad son admiradores de Arrested Development pero nunca se han topado con Los Tenenbaums. Una Familia de Genios, automáticamente debería convertirse para ustedes en cita ineludible (y viceversa). Una buena parte de la serie de culto creada por Mitchell Hurtwitz y Greg Mottola remite, bordeando el hurto, a la cinta de Wes Anderson. Baste esta última aclaración para terminar de situar al despistado visitante compulsivo de “seriesyonkis” ante una obra indiscutiblemente brillante, extravagante y verdaderamente hermosa, pero también demasiado fría, firmada por un tipo al que jamás dejaré de aplaudir su compromiso consigo mismo incluso, como es el caso, en los momentos de menor comunión con su propuesta. El día que alguna de sus historias consiga removerme las entrañas, no me cabe la menor duda de que la saludaré como una obra maestra. Hasta entonces, la comparación con Pedro Almodóvar todavía le queda un poco grande.