Película La Gran Aventura de Pee-Wee

El problema de las óperas primas de directores posteriormente consagrados es que uno tiende a ver en ellas el potencial más que la realidad. La plena consciencia de lo que cristalizará tras La Gran Aventura de Pee-Wee puede llevar a la condescendencia con una obra en el fondo destinada única y exclusivamente a colmar el ego cómico de Paul Reubens y su repelente Pee-Wee Herman, una celebridad a mediados de los 80.

Elegido personalmente por el actor, que quedó encandilado por sus dos cortos anteriores (Frenkenweenie Vincent), Tim Burton era perfectamente consciente de la importancia de este trabajo a la hora de labrarse un futuro en Hollywood e hizo lo que pudo por dejar su impronta visual. Sin duda son esos escasos destellos, junto a la partitura de Danny Elfamn, lo único salvable de esta deficiente película.

Sin desembarazarse en absoluto del olor a serie de televisión remozada, el largometraje hace gala de una vulgaridad inapelable durante una primera hora especialmente tediosa. Pee-Wee pierde su bien más preciado, una estrafalaria bicicleta, a manos de su envidioso vecino rico (Mark Holton). Este suceso, retorcido hasta el extremo en el disparatado guión del propio Reubens, Phil Hartman y Michael Varhol, da para montar una road movie a lo largo de tres estados. Olvídense de cualquier esperanza de continuidad, todo el libreto es una mera excusa para endilgarnos, así, sin venir a cuento, una docena de sketches carentes de gracia, que sólo sirven para constatar la ascendencia del personaje sobre el también inaguantable Mr. Bean.

Tengo la sensación de que el transcurrir del metraje consiguió inmunizarme contra la avalancha de estridentes carcajadas del protagonista. Es un verdadero suplicio, se lo aseguro. El sopor es lo único que ayuda. Eso, o que a medida que la dupla Burton-Elfman ocupa el (escaso) espacio que les permiten -un inserto musical aquí, un guiño a la stop motion allá-, la película adquiere un mínimo de interés. Elfman, en su primera colaboración con Tim Burton, despliega una banda sonora certera, ecléctica, muy cercana a las inconfundibles notas que abren cada capítulo de Los Simpsons.

La Gran Aventura de Pee-Wee fue todo un éxito de taquilla en el año 1985. Un ejemplo más que unir al cardado, Parchís o el chandal de tactel en la demostración del endémico mal gusto de toda una década.