Película BeetleJuice (Bitelchús)

Inaugurando plenamente el singular imaginario de Burton en el largo, Beetlejuice supone el auténtico pistoletazo de salida para un artista que, tras apuntar maneras en el cortometraje y como creador en la Disney, venía de firmar un curioso debut con La Gran Aventura de Pee-Wee. Y es que sería ésta, su segunda película, una prueba decisiva para un genio en ciernes, magistral y bizarro a partes iguales, pero definitivamente capaz de reírse con la muerte en el marco de una originalidad y autenticidad cinematográfica al alcance, por definición, de sólo unos pocos elegidos. Así, pese a descuidar un tanto su lenguaje narrativo, el travieso Burton regala esta fantasmagórica comedia negra instalada en una paradoja recurrente a lo largo de su carrera: el contraste entre el aburrido mundo de los vivos y el disparatado de los difuntos. Un fantástico y tragicómico discurso en el cual el director californiano encuentra perfecto escenario para desplegar su universo de oscuros e imaginativos personajes desubicados entre la desgracia y el humor.

Especialista en voltear lo presupuesto, a Tim Burton no le interesa el terror convencional de una historia de fantasmas. De esta manera, BeetleJuice quiebra la tópica narración de casas encantadas invirtiendo su desarrollo para presentar a un joven matrimonio, recientemente fallecido, como espectros novatos y asustados a merced de los Deetz, nuevos inquilinos de su querida casa. Una desestructurada familia que, lejos de ser ahuyentada por nuestros cándidos protagonistas, se muestra entusiasmada con la peculiaridad paranormal de su actual hogar. Sólo la gótica Lydia, extraña hija del odioso matrimonio, es capaz de contactar y apiadarse de los desorientados y frustrados espíritus. No obstante, pese a su mediación, estos se ven finalmente obligados a contratar los servicios del delirante Beetlejuice (sorprendente Michael Keaton), un estrafalario fantasma bio-exorcista, cuyos alocados y asquerosos métodos son tan peligrosos para sus víctimas vivientes como para los muertos a los que asiste.

Indiscutiblemente arrebatadora en el plano visual, esta encantadora cinta apuntala su estiloso diseño de producción con una depurada y personalísima elegancia técnica. Desde el cuidado de los escenarios hasta su milimetrado trabajo de cámara, la película goza de una riqueza de recursos asombrosa. Estupendos planos generales, un montaje francamente dinámico, así como perfectas maquetas hábilmente integradas en escena y trama, demuestran el mimo puesto al servicio de una pintoresca comedia rematada con un maquillaje y efectos especiales realmente inolvidables, no tanto por su calidad y credibilidad, sino por su atrevimiento, originalidad y marcado carácter experimental.

Chispeante, amena y sin complejos, una entrañable cinta que pese a mostrar una narrativa irregular y desenfadadamente incoherente, sí logra introducir al espectador en el surrealista y divertido cuento de terror propuesto por un cuasi debutante con mucho talento e identidad. Una agradable revelación, un diamante por pulir, por aquel entonces todavía limando asperezas argumentales durante el ensayo, pero ya plenamente capaz de dejar su sello estético y expositivo en cada minuto de elaborado metraje. En sus manos una brillante carrera, que a largo plazo empieza a ofrecer dudas, pero en cuyo trayecto ha dejado, y esperemos que siga dejando, obras realmente inmortales.