Escrito por Agente Cooper
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Lunes, 05 de Abril de 2010 |
1683
Valoración espectadores: 8.00
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Valoración de VaDeCine.es: 8
Título original: La Carrière de Suzanne Nacionalidad: Francia Año: 1963 Duración: 54 min Dirección: Eric Rohmer Guión: Eric Rohmer Fotografía: Daniel Lacambre Intérpretes: Catherine Sée (Suzanne); Philippe Beuzen (Bertrand); Christian Charrière (Guillaume); Diane Wilkinson (Sophie).
Constatada y documentada la esencial influencia de la Nouvelle Vague sobre el Nuevo Hollywood de los años 70, resulta casi una perogrullada hablar de la conexión Rohmer – Allen. Obviamente, en la ascendencia sobre las películas de la década dorada del director americano confluyen muchos otros nombres, la mayoría europeos, pero parece claro que las conversaciones de Manhattan o Annie Hall están impregnadas de la misma fragancia humanista que uno percibe en los Cuentos Morales del director francés. Este parentesco, substancial más que formal, debería animar a todo seguidor de Woody Allen a la revisión de la obra de Eric Rohmer, si es que la desconoce. Creo que no lo lamentará. La Carrera de Suzanne es, cronológicamente, el segundo de los Cuentos Morales de Rohmer. El director francés lo dirigió en 1963, en plena ebullición del movimiento. La textura del mediometraje es estilísticamente más cercana al vértiginoso montaje “impuesto” por el amateurismo de los primeros pasos de la troupé de Cahiers du Cinemà en París que a la pulcritud escenográfica con la que pronto se desmarcará de ellos.

Aunque la repercusión mundial llegará con el triunfo en Berlín de su siguiente episodio, La Coleccionista, ya en color, aquí obtenemos un excelente botón de muestra de la cirujana precisión con que Rohmer es capaz de analizar la psique humana. Y en tan sólo 54 minutos. Tiempo suficiente para ir y venir sobre un académico triángulo chico-chica-chico impregnado de juvenil hedonismo, y por tanto también de frustraciones, anhelos e imposturas. Tiempo suficiente para retratar bajezas y enaltecer virtudes con la naturalidad del trascurrir de la vida, sin ningún tipo de juicio. Tiempo suficiente para componer, sin pretenderlo, un virtuoso alegato feminista. Tiempo suficiente para deambular con maestría a través de la tortuosa región donde amistad, amor y sexo se dan la mano, coto privado de los auténticos genios.
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