Película She’s Out of my League

Comedia banal esta She’s out of my league: inseguridades masculinas, mujeres que, hartas de machos apolíneos de ligera sesera, comienzan a observar la bondad como objeto de atracción, un enredo que implica a amigos y que ellos mismos se encargarán de solucionar para propocionar el correspondiente final feliz. Nada nuevo bajo el sol: un correcto aunque muy limitado entretenimiento para parejas con poco que hacer un domingo por la tarde.

Kirk (Jay Baruchel, el chico de Tropic Thunder) es algo asi como ese Pagafantas que Borja Cobeaga mostró hace poco con éxito en nuestro país, un funcionario de seguridad de aueropuerto enfrascado en una relación alienante. Se agarraba a ella con todas sus fuerzas, pues es lo único a lo que creía aspirar, hasta que su novia le deja hundido y abandonado. Deprimido… hasta que Molly (Alice Eve) se cruza en su camino; momento en que la película traza su desvío con respecto al film español: ella, despampanate, harta de tener el corazon roto, se siente segura con él, un don nadie. Una cita, otra cita. La cosa va cuajando, de modo que lo que el entorno de ambos -incluso ellos mismos- entendía como algo pasajero, poco a poco va tomando forma.

El guión de una comedia romántica aspirante a la brillantez debe buscar dos objetivos que pocas veces se aúnan en un mismo largometraje: ofrecer diálogos chispeantes dentro de situaciones divertidas, y relatar una historia que deje una reflexión extrapolable a la realidad cotidiana. She’s Out of my League no consigue ninguno de ellos; el último ni siquiera lo intenta ya que habita permamentemente en la exageración y con ello cercena cualquier posibilidad de ser tomada en serio. Un ejemplo de ello es la familia de Kirk, capaz de acunar en su seno a su ex novia y al nuevo chico de ésta sin el menor miramiento por los sentimientos de nuestro protagonista, algo que resulta inconcebible incluso como esperpento de la sociedad yankie más recalcitrante. Los amigos, hiperbólicos estereotipos sin personalidad ni recorrido alguno, tampoco dan vuelo al argumento. Sean Anders y John Morris, guionistas de la película, calzan una y otra vez trilladas líneas típicas de la camaradería masculina.

En semejante entorno, los obvios mensajes «lo que importa es el interior» y «uno no aprecia lo que tiene hasta que lo pierde» quedan atrapados bajo una montaña de clichés. Puestos a ser condescendientes podríamos reconfortarnos con que todo el mundo sepa donde está metido y las pretensiones de la cinta nunca vayan demasiado lejos, pero incluso los Farrelli menos inspirados ofrecieron bastante más jugando el mismo partido en Amor Ciego.

Las conversaciones, los malentendidos, las peleas y las reconciliaciones, todo progresa como simple enumeración de secuencias. Que el espectador tenga cierta sensación de fluidez es del todo superfluo. Alguno de estos ‘sketches’ -porque a eso es a lo que más se parecen- tiene cierta gracia, pero en general la falta de talento de los autores acomete una y otra vez. Así que cuando las cosas quedan en su sitio y la moraleja ha sido servida, sólo el espléndido palmito de Alce Eve amenaza con quedarse a cenar en tu cerebro, una prueba fehaciente de que hoy la visita al cine no ha merecido la pena.