Película Precious

Precious es una chica de 16 años obesa, con un sempiterno gesto malhumorado, prácticamente analfabeta y rodeada de un ambiente extremadamente complicado, por no decir directamente vejatorio e insoportable. Sólo conocemos a su padre a través de rápidos flashes que dejan intuir cómo la viola, provocándola así dar a luz a dos niños; su madre, por el contrario mucho más presente e importante en el relato, tiene suficiente con esclavizarla mientras cambia de canal tumbada en el sofá, a la par que la maltrata físicamente sin una causa adherida al más mínimo sentido común, fruto de su envidia por haberle “robado” a su marido.

La protagonista que da nombre a la película

Así de dura es esta película del prácticamente desconocido Lee Daniels, quien, no obstante, sabe manejar el relato inteligentemente, sin que el mismo derive en una especie de catálogo del dolor insoportable sin lugar para la salvación, pero tampoco sin caer en la sensiblería ni la concesión fácil, cualidades que, por suerte, no hacen asomo de presencia en ningún momento de la narración. Es en ese excelente trabajo de compensación llevado a cabo por el director donde el film toma vuelo, ya que de otra manera este retrato humano no se diferenciaría de otros tantos ya vistos con anterioridad (el manido recurso de la voz en off en primera persona, como vehículo conductor de este tipo de historias personales, se utiliza con escasez en este caso), ni nos despertaría el interés que nos despierta, mayormente debido a la grácil puesta en escena con que aquél lo dota.

Así, no se hace hincapié en las humillaciones más hirientes, ya que se entiende que el espectador es lo suficientemente inteligente como para suponer qué está sucediendo en realidad, y se prefiere dar un halo a la esperanza (aunque sea a través de la resquebrajada rendija del techo que envuelve al herrumbroso espanto de la vida misma, en una hermosa metáfora visual) mediante las felices y coloridas ensoñaciones paralelas que visualiza momentáneamente la protagonista, siendo ésta su única vía de escape del horror, cuando se imagina a sí misma caracterizada como una gran actriz adorada por los demás. Una inversión de la realidad sin excesiva pompa, tan justa como breve; un soplo de aire fresco en el relato; un alivio, al fin, que hace atisbar una leve sonrisa en nuestros prácticamente sellados labios.

La mala madre

Tampoco hay para mucho más. Gabourey Sidibe, la anónima actriz encargada de llevar el gran peso del relato, actúa con la soltura y el convencimiento suficientes como para que nos creamos su delicado papel, y es que es prácticamente ella sola quien nos va a llamar la atención, ya que el resto del reparto es relegado de manera intencionada a un segundo plano poco reseñable (salvo quizás la agradable profesora y, sobre todo, la mencionada madre, que además hacia el final nos enseñará sobre la delicadeza del juicio rápido que suele tomar el espectador acerca del establecimiento de roles víctima/verdugo en una historia de estas características -algo provocado por la propia narración, todo sea dicho; he ahí una pequeña trampa-). Su final abierto, en mitad de la calle y encaminado hacia la (difícil) aventura, no es sino un resumen de la propia cinta; una digna historia de supervivencia que bien merece ser vista.