Película La herencia Valdemar

Resulta muy respetable el hecho de disponer del dinero privado suficiente como para fundarse una productora propia que te permita la libertad para rodar lo que te dé la gana y hacerlo como te dé la gana, sin ningún tipo de imposición externa ni untadura pública. Claro está, lo anterior conlleva sus riesgos, y es que al querer ser el dueño de todo, quizás uno pierda de vista la perspectiva de las cosas, y puede que hasta la humildad misma, lo que es aún peor.

Algo así le sucede a Jose Luis Alemán con esta su Herencia. El realizador debutante no duda en sus declaraciones en mencionar la aplaudida trilogía de El señor de los anillos para establecer una comparación entre sus films y aquéllos, por el mero hecho de que La herencia Valdemar no es sino la primera parte de un díptico que se completará a finales de año con el estreno de la segunda parte (ambas rodadas simultáneamente, como aquéllas). Tampoco le importa aseverar que su primer largo no hubiese desencajado de haberse estrenado en la época en que las películas de la productora Hammer vivían su máxima gloria, por su similar aspecto de producción. Las anteriores afirmaciones ciertamente no son una gran falacia, pero sin ninguna duda suponen una grandísima fantochada.

Porque ni la espantosa estructura narrativa que nutre La herencia Valdemar (los primeros minutos, que transcurren en el presente, muestran cómo una joven y reputada tasadora se desplaza hasta la mansión del título para desaparecer allí y no volver a saber nada más de ella hasta el final, olvidada por completo por el director -también guionista- para contarnos entremedias todo cuanto en ese lugar aconteció en el pasado, y que ahora tiene su repercusión en ese presente abandonado a su suerte) da pie no ya a la misma sugestión, sino al propio interés a lo largo de su visionado, a lo cual no contribuyen poco los desdibujados personajes que pueblan la cinta; ni el logrado diseño de producción y certera fotografía, aun siendo lo mejor del conjunto en paralelo a los trabajados efectos especiales, pueden maquillar lo suficiente las imágenes de una propuesta que se cae por su propio peso a medida que avanzan los minutos.

Para más referencias, la sombra del famoso escritor H.P. Lovecraft no esconde su presencia en todo lo que rodea a esta historia (y de hecho, según se ha podido saber, su aparición se hará explícita en la segunda parte), pero lo lúgubre y tenebroso de sus entrañas apenas toma carices dignos de relevancia en el debilitado cuento que Alemán se inventa. Me entristece, asimismo, ver que la última participación de otro gran nombre como es el de Paul Naschy se tuviera que dar en esta lamentable película.

Así pues, cuando al final aparezca de nuevo el título del film (no vaya a ser que se nos olvide), y antes de los créditos, se nos muestre un pequeño téaser de lo que será la continuación, para entonces ya estaremos lo suficientemente hastiados como para que ésta no nos importe lo más mínimo, porque de hecho ya nos habían obligado a olvidarnos de los personajes que serán sus protagonistas. Se produce, de esta manera, el efecto contrario al pretendido: desaparecen las ganas (si es que alguna vez las hubo) de más raciones. Y es que a veces, partir una cosa, por mucha rentabilidad que pueda dar, puede ocasionar un profundo desequilibrio en alguno de los trozos resultantes, convirtiéndose en un monstruo deforme e incomprensible cuando se observa de manera individual. Está por ver qué ocurre con el segundo pedazo, pero la carrerilla hacia el abismo del inframundo (tal y como muestra el mencionado adelanto) efectivamente está bien cogida.