Película El Libro de Eli

The Book of Eli no engaña a nadie. Las cartas quedan sobre la mesa desde el principio. No es un full de ases-damas pero tampoco va de farol. Pertenece a ese atestado grupo de títulos que se dejan ver con la misma facilidad que se dejan olvidar. Desde el cominezo, sabes que, a pesar del escenario post-apocalíptico, no vas a encontrar nada parecido a La Carretera (John Hillcoat, 2009), obra estrenada un par de meses antes que aprovecho para recomendar. Claro, tampoco lo han pretendido, así que lo mejor es desconectar el cerebro y disponese a disfrutar en la medida de lo posible de una película de tiros y peleas con extra de sermón.

En un mundo arrasado casi por completo, donde sólo unos pocos han sobrevivido a la destrucción, Eli (Denzel Washington), un solitario peregrino que recorre el continente, llega a un poblado bajo el control de un extraño buscador de libros (Gary Oldman). El vagabundo lleva en su petate uno que esta especie de señor de la villa y chulo de putas anhela desde hace tiempo. En su intento de arrebatarle este libro, desencadenante de todo el argumento, se verá inmiscuida la hija (Mila Kunis) de su puta preferida (Jennifer Beals), quien acabará por convertirse en indeseable compañera de viaje de Eli (al principio, ya saben como funciona esto).

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Denzel Washington y Gary Oldman, auténticos todoterreno de la interpretación, ponen una pizca más de lo que sus roles ofrecen, siempre muy por encima de Mila Kunis (Aquellos Maravillosos 70, Padre de Familia), mucho menos preparada para la acción que para la comedia. Ambos logran capturar el interés del espectador por más tiempo del que el desdibujado argumento de la película, a medio camino entre Mad Max y Fahrenheit 451, merecería. La influencia estética de Terminator Salvation salta a la vista en los imposibles tiros de cámara digitales o en la casi monocromática fotografía, pero los hermanos Hughes ofrecen en The Book of Eli acción de segunda división, horrorosamente planteada mediante mecanismos del Western que no hacen sino amplificar la falta de empaque de todos los protagonistas.

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En un momento donde la religión pasta demasiado a menudo en las praderas de la ignorancia y el extremismo como vía de subsistencia, se agradece al menos el comedido mensaje de la obra, por mucho que su extraña oda a la espiritualidad se presente en medio de la violencia más extrema (no se extrañen, son los Estados Unidos, pistolas y crucifijos conviven muy a menudo). Desde el convencimiento de mi ateísmo, entiendo apreciable su énfasis en la individualidad de fe, aunque ésta se adecue a lo que la “organización” entendió en cada momento como provechoso para perpetuarse, y su calificación de los textos sagrados (también filtrados a lo largo de la Historia por razones interesadas) como elementos de moralidad útiles, suficientemente valiosos como para levantar una película sobre ellos, incluso si es rotundamente mediocre.