Película Teniente corrupto (2009)

¿Werner Herzog “remakeando” a Abel Ferrara, y con Nicolas Cage y Eva Mendes en los principales papeles protagonistas? Inaudito. Pero no, no es exactamente así. La película del alemán ahora afincado en Hollywood poco tiene que ver con la original del italo-americano. Aquí no hay apenas rastro de la exacerbada y traumática componente religiosa que este último se afana en mostrar reiteradamente en sus films; aquí prima el retrato de un individuo en comparación con su entorno, una ciudad (la Nueva Orleans demolida por el huracán Katrina) y unas gentes envueltas en la negrura y marcadas por la corrupción, lastradas por el consumo y negocio de las drogas, el sexo y el crimen. Demasiada tentación hasta para el teniente con mas méritos…

Y ése no es otro que Terence McDonagh. Un hombre que, por salvar la vida a otro en el pasado, hoy camina con una pose ladeada, medio encorvado cual Cuasimodo moderno y con traje (en un permanente gesto exagerado de Nicolas Cage, más risible que favorecedor para su personaje), como consecuencia de la lesión que sufrió al desempeñar tan honrosa hazaña. Pero en realidad, poco tiene que ver este doloroso hecho con el descontrolado comportamiento que mueve a McDonagh en la actualidad. En efecto necesita de estupefacientes para moderar sus molestias de espalda, pero su desmedida adicción a la cocaína y demas sustancias similares (no resulta desproporcionado decir que no pasan más de cuatro minutos de película sin que se coloque al menos una vez) no son fruto sino de su constante condición de outsider de la ley; de aprovechado de un sistema que le protege mediante una placa la cual le permite amenazar, chantajear, coaccionar, engañar, robar y hasta incluso follar a su costa; de vividor nato que se arrima al arbol que más frutos da (llámese mafia o policia); de teniente corrupto que se equipara a su corrompido ambiente, en fin.

La lástima (si bien algunos dirán virtud, conociendo la particulares idiosincrasias narrativas del director) es que Herzog, por brindarnos el sucio retrato de esta persona, se olvida casi por completo de la trama que le sujeta detrás, de aquello que éste -se supone- investiga, utilizando lo anterior, en realidad, como una excusa argumental que en ningún momento le interesa desarrollar. Asimismo, la galeria de personajes secundarios es breve y harto pobre, sin tiempo para acertar a adivinar algo en profundidad sobre los diferentes caracteres y particulares relaciones que establecen los mismos con el protagonista (y así, de paso, ayudar a conocerle un poco mejor).

Y, sin embargo, toda esta aparente irregularidad viene a reafirmar el indomable espíritu del realizador alemán, quien es capaz de mudar (y mutar) no solo su cuerpo sino también su asombrosa mirada; en permanente búsqueda, en constante reinvención, en feliz e interminable evolución. Porque aunque con esta incursión en el policiaco moderno nos parezca que estemos viendo un matiz de amoldamiento a la estandarizada maquinaria hollywoodiense por su parte (que en cierta medida existe), los dos o tres arrebatos surrealistas que no duda en regalarnos -el episodio de las iguanas resulta impagable- hacen que se distancie lo suficiente como para expresar media sonrisa, a la vez que le sitúan en plena órbita de la libertad creativa.