Película Capitalismo: Una Historia de Amor

A estas alturas poco sentido guarda denunciar la parcial intencionalidad de los documentales de Michael Moore. Es evidente y reconocida su línea pedagógica hacia unos valores e ideas determinados. Moore se postuló ya hace tiempo en cierto sentido crítico contra los poderes fácticos de rancio abolengo en los Estados Unidos. En este sentido, si en Bowling for Columbine arremetía contra la proliferación desmedida de las armas como elemento protector que, paradójicamente, trae consigo un incremento geométrico de la violencia y la inseguridad; o en Fahrenheit 9/11 denunciaba abiertamente la incompetencia manifiesta de George W. Bush y su afectada campaña del terror tras los atentados del 11-S; aquí, en ésta su particular “historia de desamor”, Moore embiste contra uno de los cimientos mismos de la sociedad Norteamericana, cuestionando el capitalismo como orden establecido, abono de la tierra de oportunidades y base del sueño americano.

Segurata entrenando su típica postura de mano en objetivo.

Porque, en el fondo, de eso trata este mediático documental: de cuestionar hasta qué punto el capitalismo, ese pilar maestro de Norteamérica, es intrínseco a la propia Constitución de la Unión de Estados. El resultado de las pesquisas parece teñir de rojo la Carta Magna: nulas referencias al capitalismo como sustento del estado del bienestar y un comienzo esperanzador para las clases desfavorecidas: “We, the People…”.

Si en aquel entonces era el pueblo quien tenía voz y voto con su ejemplarizante democracia, ¿por qué ahora son ciertos grupos de poder quienes toman decisiones de calado universal? ¿Por qué ellos son los encargados de auto-aprobarse multimillonarios planes de rescate bancarios mientras miles de personas son desahuciados por no poder hacer frente a sus hipotecas? ¿Y cómo consiguen que esos miles callen ante semejantes atropellos? ¿Es acaso el propio sueño americano una suerte de “opio del pueblo”?

Todas estas preguntas tienen cabida, algunas incluso respuesta, en el discurso de este documental de innegable capacidad empática. Sin embargo, aun asumida la ligereza y subjetividad de la película, uno echa de menos la frescura de Bowling…, el medido humor con que se trataba su seria problemática. Tal vez, en esta última entrega, a Moore se le desequilibró la balanza entre el panfleto y la didáctica. Esta mácula, más que credibilidad, resta atractivo al proyecto, quedando, a pesar de su interesantísima temática, como un entretenimiento liviano, o bien como esbozo de un problema de hondo calado.

Raúl Cimas, digo… Michael Moore, megáfono en mano.

En relación al asunto, recuerdo, de mi época de estudiante, que en cierto capítulo de la asignatura de Historia Económica Mundial se trataba el expolio a Alemania tras la Gran Guerra y el abusivo Tratado de Versalles, que a la postre sería perfecto caldo de cultivo para la Segunda Guerra Mundial. Conocí entonces cómo el pueblo alemán quedó sin recursos, cediendo a los gobiernos aliados sus principales riquezas naturales, cuenca del Ruhr incluida. Como consecuencia directa, la devaluación hizo necesaria la impresión del tristemente recordado billete de 100 billones de marcos, cuyo valor llegó incluso a ser inferior al papel en el que estaba impreso. En un feo espejo de vencedores y vencidos, Norteamérica prosperaba. Eran los felices años 20, justo cuando el capitalismo demostró ser el sistema número uno en pos del bienestar.

Y es que parece fácil propugnar la perfección del equilibrio de mercado, o analizar concienzudamente curvas de oferta y demanda, cuando tus competidores han sido literalmente arrasados. Resulta sencillísimo cantar las alabanzas de la libre competencia precisamente cuando no tienes oponentes. Pero hoy día el escenario geopolítico está mutando, y la industria mundial despertó con mayor eficiencia y calidad productiva que la norteamericana. ¿Será Estados Unidos capaz de mantener su particular Imperio? ¿O se impone la necesidad de un cambio radical?

Es en esta reflexión final donde, ciertamente, uno no puede evitar discrepar con el discurso del film: donde el realizador exalta, patrióticamente y sin medida, el optimismo de la nueva era Obama, servidor mantiene en cuarentena la incondicional esperanza. Al fin y al cabo, Goldman Sachs o Citigroup también financiaron la campaña del nuevo presidente. Parece que el ciudadano de a pie no es el único que arrastra hipotecas. Hará falta una integridad a prueba de talonario para no sucumbir a las redes tejidas por los lobbies. Y es que Wall Street conoce la debilidad humana, y no dudará en llevarla hasta límites insospechados.