Película El mundo de los perdidos

Bienvenidos al túnel del horror. En esta atracción de feria sondearán agujeros espacio-temporales que les transportarán a universos de cartón piedra, descubrirán lagartos verdes de látex, animales prehistóricos y homínidos degenerados. Y todo ello de la mano de Siberling, director de Casper (1995) y Una serie de catastróficas desdichas (2004) y responsable directo de esta amalgama de extravagancias que, en busca de la gamberrada, se disuelve en un catálogo de gags low-cost.

Will Ferrell, protagonista de esta innecesaria revitalización de la serie del 74, encarna al Dr. Rick Marshall, un científico sin crédito que pasa por una mala racha. Éste conocerá a Holly (Anna Friel), estudiante devota de sus teorías acerca de los taquiones, partículas subatómicas capaces de abrir puertas a otras dimensiones alterando el espacio-tiempo. Juntos, decididos a jugarse el pellejo en la prueba de un exótico acelerador de taquiones, se desplazarán a un lugar propicio para ello. El sitio elegido serán las dependencias de una cueva que, a modo de pasaje fantasmagórico, Will (Danny McBride) explota para su propio beneficio en una especie de homenaje a la casa de los 1000 cadáveres. De este modo, los tres personajes serán transportados a un extraño universo daliniano dominado por los sleestaks, unos lagartos humanoides decididos a dar matarile a los desorientados intrusos.

Sin embargo, no serán estos los únicos problemas que tendrán que afrontar nuestros antihéroes. El acelerador de taquiones ha desaparecido, un T-rex se ha propuesto hacerles la vida imposible y, además, un príncipe simio de modales cuestionables se unirá al grupo como colmo del desconcierto. Conspiraciones intergalácticas, decisiones trascendentales, cristales mágicos y entornos surrealistas son los elementos que componen esta locura argumental sin pies ni cabeza, y lo que es peor, sin chispa.

El libreto, intencionadamente absurdo y cargado de jokes escatológicos y sexuales, no atiende a concierto alguno y parece más bien fruto de un brainstorming que de una calculada maniobra. Podría alegarse que el espíritu de la cinta emana precisamente de ese caos argumental, sin embargo, las numerosas carencias evidencian una clara falta de tino, que viene consagrada principalmente por los delatadores altibajos en el ritmo. Además, como culminación a esta “genialidad”, los efectos especiales y, sobre todo, los toscos “disfraces” que la variedad de bichejos portan, son premeditadamente herederos de una serie B que enfatiza el carácter cutre de la cinta.

Dudo que este petardo pueda entretener a alguien, ya sea niño o adulto. De modo que absténganse de acudir a las salas si no quieren ser testigos de una de las mayores aberraciones cinematográficas de este año. Es un consejo.