Película Supersalidos

Vayamos al sustrato: si las despojamos de consideraciones estilísticas, temporales y demás, las grandes comedias de siempre se reducen a dos genes básicos. El primero marca el lógico don de arrancar la risa, o al menos la sonrisa, del espectador. El segundo, aún más intangible, lo constituye la capacidad de emocionar a cierto nivel. No hay clásico del género que no guarde un resquicio de alma en su libreto. Es esto lo que las distingue de la simple sucesión de gags, es el cemento que empaca la línea argumental. Esta dualidad no es nueva, proviene ya del teatro de los clásicos, pasando por Lope o Shakespeare. El cine simplemente la heredó.

El trío La-La-La dispuesto para triunfar.

Resaltando, como decíamos, la importancia de la sustancia, podemos advertir que Apatow y su prole, más allá de su desaforada pasión por lo genital, saben el secreto de toda buena obra humorística. Conocen la fórmula y la utilizan, convencidos de que ése es el camino, aun conscientes de que no es infalible. De hecho, la reacción de síntesis de la comedia se haya entre las más complejas de la química. Casi alquimia.

Pero es el único camino. Así, este grupo de jóvenes cineastas, guionistas y actores, denominados genéricamente chicos Apatow y destinados a cambiar la cara de la comedia americana, se entregan con esmero a la búsqueda de la magia cómica por el viejo ritual. Ejemplo de ello es Supersalidos, dirigida por Greg Mottola y con guión autobiográfico de los alumnos aventajados Seth Rogen y Evan Goldberg. Este film se pone su disfraz de hormona adolescente para tratar, esta vez, el tema de la separación tras la amistad. Aquí, tras los mil millones de capas de groserías, patéticos inadaptados, borracheras y comportamientos ‘viágricos’ que buscan sin descanso la carcajada, justo debajo, aparece un extraño sentimiento que todo tío reprime: el amor a un amigo. No hablamos de homosexualidad, si bien alguno de sus mejores chistes juegan con este equívoco, sino del auténtico aprecio que se tiene a un colega de verdad, de toda la vida, y lo difícil que resulta tomar caminos vitales separados.

El mítico carnet falso de McLovin. Objeto de coleccionista.

Ésa es la esencia, y funciona a las mil maravillas, el mensaje es empático y para nada cargante, se introduce sutilmente, como mandan los cánones. Sin embargo, es en la otra cualidad, la más puramente humorística, donde el desfase agota, donde sobran minutos, bromas o, tal vez, falte algo de chispa, especialmente en la parte central del film, cuando la llegada al clímax en forma de típica fiesta americana se eterniza en una sucesión de irregulares gags. Tras el buen arranque, justo en ese punto de riesgo de naufragio, la cinta se sostiene en un divertidamente tímido Michael Cera y un desatado Christopher Mintz-Plasse, cuyo McLovin pasa de secundario a inolvidable, logrando llevar hasta la otra orilla a un extenuado espectador que recuperará fuerzas con el conseguido desenlace, cuando, magistralmente, Supersalidos cambie el centro de gravedad de la historia desde las pollas de sus protagonistas hasta su corazón. Supongo que en algo así, tan aparentemente sencillo, consiste el celebrado sello Apatow.