Película La Comedia Sexual de una Noche de Verano

Muy a menudo, en el ámbito cultural, se trazan líneas en el tiempo que unen personalidades a través de adaptaciones y libres inspiraciones. Mediante el detenido estudio de cada una de ellas podemos comprender mejor la historia del arte. Así, para aprehender la obra del influenciado Woody Allen, La Comedia Sexual de una Noche de Verano (1982) puede ser idóneo hilo del que tirar para que emerjan dos de los grandes referentes de este cineasta: en primer lugar, por cercanía temporal, aparecería la omnipresente ascendencia de un Ingmar Bergman que, asimismo, con Sonrisas de una Noche de Verano (1955) adaptó libremente, sin seguir trama ni diálogos, una idea original de Shakespeare, quien, a su vez, sería punto final del sedal e influencia de ambos realizadores, no sólo con el Sueño de una Noche de Verano (1595) que nos ocupa, sino también en la vertiente más teatral del cine del uno y el otro.

Sirva esta elipsis temporal y artística para que afloren algunas constantes de Allen y para situar esta ligera comedia nocturna y veraniega, también libérrima adaptación de la primigenia y que, simplemente, conserva de aquélla el espíritu de su libreto, es decir, el influjo sexual del bosque sobre un grupo de parejas. Y es que, si las noches de estío son propicias para el romance y el enredo, en manos del director neoyorquino las declaraciones vespertinas de amor se precipitan mientras la libido se dispara.

De este modo, la acción se sitúa a principios del siglo XX, durante un fin de semana campestre, con una preciosa casita y la exuberante arboleda como magníficos decorados y con tan sólo tres parejas como reparto o, más bien, como marionetas combinables de una trama en la que Allen desaconseja mantener deseos sexuales frustrados, siendo partidario de liberar viejos fantasmas mediante redentoras infidelidades. Todo ello promiscuamente asociado con el habitual dilema metafísico de sus films; en esta ocasión, la lucha entre el erudito raciocinio y los salvajes instintos sexuales, cuyas consecuencias se personificarán en Leopold, un pedante profesor de universidad.

Domingueros sobre la hierba. Que no falte la tortilla de patatas.

Rodado como film de época, acude el largometraje al habitual recurso de la pintura para otorgar estilo a su fotografía. Así, aprovechando la importancia del bosque, ese influyente personaje, la vegetación y la luz rebosan impresionismo, recordando poderosamente a Monet en la archiconocida serie de nenúfares o en su, muy oportuna aquí, visión de Desayuno sobre la hierba. Un sugerente elemento pictórico integrado de manera natural en la asidua propuesta técnica de Allen, donde vuelven a primar las conversaciones fuera de plano, tan propicias para el juego de intrigas amorosas de la cinta.

En esta divertida y radiante cinta, el melómano realizador reutiliza, en cultivado homenaje, una obertura de Felix Mendelssohn, compuesta allá por el siglo XIX basándose en la antes mencionada obra de Shakespeare. La suma de elementos y el análisis detallado de La Comedia Sexual de una Noche de Verano revela que, bajo su disfraz de aparente ligereza, estamos ante una película planificada, ante una pensada pieza de autor.

Calificado de film menor en la filmografía de Woody Allen, la alargadísima sombra de las grandes obras maestras de su neurótico realizador no debería invalidar la propuesta, sino servir de resguardo para relajarnos y disfrutar de un ameno y fresco almuerzo campestre, aderezado de brillantes diálogos y una conclusión en forma de lúcida broma del protagonista de las grandes gafas de pasta: “El amor y el sexo son muy diferentes: el sexo libera tensiones, el amor las crea”. Genio y figura.