Película Mi vida sin mí

God only knows what I’d be without you… rezaba un precioso corte del imprescindible álbum Pet Sounds (1966) de The Beach Boys, aquel brillante conjunto de Brian Wilson injustamente simplificado por la memoria colectiva. La misma melodía armoniza e ilumina constantemente la atmósfera de Mi vida sin mí, conseguido film de la modernísima Coixet. Sin duda, apropiada elección musical de una melómana empedernida; lástima que a veces se desviva tanto en demostrarnos su amplia cultura. Una ostentación que también en ocasiones afecta a su cinematografía.

Los conocimientos y capacidad fílmica de Isabel son fehacientes, cristalinos, pero sus películas suelen buscar la vainica doble. En su empeño por dirigirse al movimiento cultural independiente, a veces se le notan las puntadas. No es grave, casi todos los grandes cineastas están encantados de conocerse y, poco a poco, aprenden a canalizar su ego en personalísimo universo, convirtiendo el defecto en virtud. Sin embargo, en Mi vida sin mí aún se entremezclan los momentos de genialidad con otros que, levemente, acercan la obra a la impostura, al cruel paralelismo con un anuncio de compresas.

Sarah Polley con Speedman, su encantador maridito guaperas.

De nuevo en un libreto de Coixet la historia es tremendamente dramática, a veces hasta los límites de la sensiblería más artera; pero es realista, y eso la valida. No desvelaré el argumento con mi breve sinopsis, reducida a una cuestión que Sarah Polley, en portentosa interpretación, se ve abocada a realizarse: ¿cómo afrontar tus últimos días?, ¿qué hacer cuando, con toda la vida por delante, el cáncer dicta sentencia de muerte?

La vitalista respuesta de Coixet, cuyas reflexiones siempre se reflejan en sus protagonistas femeninas, aboga por la continuidad, por aprovechar el poco tiempo restante para encauzar la vida de los que te importan, aderezando el inminente final con vivencias que nunca fueron experimentadas. Sin hospitales, sin agonías.

Ahora, la Polley con Ruffalo. Bien se le está dando el asunto…

Esta actitud determinista pero positiva inunda la pantalla, con pulida técnica, con maestría en el uso del tiempo y la narración. Sólo mi subjetiva visión me impide ver el sacrificio de ordenar la vida de los demás, de los que se quedan. La idea más bien me resulta prepotente y, en algunos puntos, egoísta incluso. Sin embargo, Coixet sabiamente se aleja del alegato, exponiendo simplemente un caso particular, con lo que evita las complicaciones del adoctrinamiento, alcanzando el lúcido equilibrio y abrazando la sencillez. Una hermosa sencillez que, pese a lo pretencioso de continente y contenido, acaba imponiéndose para fortuna de esta interesante realizadora, tan acostumbrada a sembrar antipatías entre el clasicismo como devotos en la nueva ola. Si finalmente su cine supera modismos y se convierte en imprescindible sólo el tiempo lo dirá. De momento, con propuestas como Mi vida sin mí va por la buena senda. El resto, God only knows…