Película Los idiotas

Demasiado crudo, demasiado excéntrico, demasiado simple o demasiado complejo. El exceso acompaña siempre a un hombre cuyo universo personal desconoce las líneas que separan lo admisible de lo que no lo es. Se trata de Lars von Trier, el danés más polémico y subversivo que la historia del cine ha conocido. Y como obra estereotípica y emblema de su retorcido intelecto y manierismo personal, ésta que nos ocupa: Los idiotas.

Aplicando el dogma estilístico en la filmación, von Trier pretende formular una vuelta al origen, una simplificación del artificio en el cine. Sin embargo, corriendo el riesgo de caer en su propia trampa y recrear todo un intrincado laberinto para alcanzar la sencillez, el director consigue su doble objetivo: por un lado, revolucionar el canon cinematográfico establecido; por otro, excitar las conciencias y sacudir los prejuicios sociales. Todo un puzle a dos niveles en el que el proceso de ensamblaje de cada una de las piezas requiere un arduo ejercicio de digestión que, para muchos, desemboca en la nausea.

Y es que lo políticamente incorrecto no asusta a Trier. El director sitúa en una comuna a un grupo social heterogéneo con la curiosa finalidad de fingir ser retrasados mentales. En una lucha social que no se define de manera explícita, los integrantes del experimento buscan su “idiota interior” mientras actúan como tales, tanto a nivel privado como en público. Entre visitas guiadas y orgías, el grupo desafía sus propios límites en pos de una ruptura con la convención social. Todo un reto para los actores que, inducidos a la improvisación por el propio director, recrean sus roles con verdadera devoción.

Karen se verá atrapada en este surrealista modo de vida sin quererlo. En busca de su particular rumbo, perdido de manera trágica años atrás, se sentirá primeramente desconcertada para, seguidamente, caer presa de una irrefrenable dependencia sentimental hacia la comunidad de “idiotas”. Las escenas se suceden a modo de anécdota a la par que, como si de un documental estructurado a modo de entrevistas se tratase, los personajes se sientan delante de la cámara para relatar sus sensaciones a posteriori.

Todo un experimento que, sin poder ser de otra manera, allá por 1998 suscitó una verdadera polémica y que, a día de hoy, sigue levantando ampollas en todos aquellos sectores más conservadores del séptimo arte. Una forma más de subyugar al espectador mediante la imagen, la palabra, la filosofía y la ética. Bienvenidos a las telarañas de una mente oscura. Bienvenidos al siniestro cosmos de Lars von Trier.