Película Mar Adentro

Resulta difícil comprender los motivos que llevan a un individuo a desear su muerte. Desde luego, mucho más complicado para alguien con suficiente ilusión vital para leer o escribir estas líneas. Personas afortunadas que, sin mayores problemas básicos, podemos dedicar parte de nuestro tiempo a charlar de cine, por ejemplo, en pos del enriquecimiento personal. Queda claro, pues, que los senderos que conducen al suicidio son demasiado abruptos para atender a razonamientos. Hablamos de gravísimas dificultades capaces de arrastrar al ser humano al precipicio emocional. Penosas trabas que, afectando la salud física o mental, llevan a esta situación límite que nadie, aun a medio gas de sus facultades, puede comprender, pero sí debería respetar. Y es que, ni más ni menos, estamos debatiendo sobre los mismísimos cimientos de la libertad. Libertad para, sin dañar al prójimo, vivir o morir cómo y cuándo uno desee. Una autodeterminación que, en el caso del tetrapléjico Ramón Sampedro, requería forzosamente de una colaboración difícil de conseguir y, aún menos, legalizar. Es ésta una película basada en hechos reales sobre su digna batalla. Mucho más que un debate sobre la eutanasia, estamos ante el conmovedor relato de un hombre luchando por alcanzar su libertad.

Tratando con asombrosa delicadeza la historia de Sampedro, Alejandro Amenábar vuelve a demostrar un talento descomunal para el cine. Una gran agudeza, sólo al alcance de los elegidos, para entender perfectamente el rumbo que debía tomar una obra con todas las papeletas para caer en las redes de la sensiblería más vulgar. Sin embargo, su esforzado e inteligente guión, firmado por él mismo, logra alcanzar sorprendentes matices tendentes a la excelencia cinematográfica. Amor, humor, cariño o amistad, todo tiene su razón de ser y guarda su sentido. Para mayor acierto y complejidad, los brillantes momentos oníricos engalanan la vigorosa y hábil narración. Nada sobra y el conjunto adquiere una categoría artística prodigiosa. El cuidado de los personajes y las profundas relaciones entre todos ellos resulta sensacional. En el plano técnico, la fotografía rebosa belleza y la composición musical, obra también del prodigio Amenábar, embruja con sus aires gallegos. El resultado inunda de cine con mayúsculas la pantalla. El joven director español confirma su imparable ascensión: estamos ante un verdadero artista.

No obstante, todo se derrumbaría sin el espléndido trabajo de su fabuloso reparto, encabezado por un Javier Bardem merecedor de mención aparte. Su esmerada interpretación en el papel de Ramón Sampedro rompe las barreras de la imitación para regalar un personaje absolutamente cautivador. Un ser fascinante en busca de la muerte, paradójicamente capaz de llenar de vida a cuantos le rodean. Un hombre muy cercano a un plano espiritual, cuya lucidez superior hace años dista del mundo que desea abandonar. El potente motor de una cinta agasajada con multitud de premios, entre los que destaca el Oscar a la Mejor Película de Habla no Inglesa de 2004. Un justo reconocimiento a una labor digna de cualquier alabanza sin paliativos. Imprescindible joya de nuestro cine patrio, esperamos ansiosos los siguientes pasos de Amenábar. Muchos confiamos en su genio para conquistar el futuro del séptimo arte en España y, por qué no, en el mundo entero.