Películas El Último Mohicano

Basada en la homónima novela clásica de James Fenimore Cooper, aunque provista de notables variaciones, El Último Mohicano se mueve en ese pantanoso terreno del quiero y no puedo. Cierto es que encontraremos diversos argumentos capaces de elevar su categoría cinematográfica, como su inolvidable banda sonora o la eficiente fotografía panorámica; no obstante, los esfuerzos del equipo técnico quedan ensombrecidos por un guión harto precipitado y cargado de diálogos muy inoportunos e incoherentes. Si a ello sumamos la siempre difícil condensación de ideas que supone cualquier adaptación literaria, el producto acaba lastrado por un grave problema de ritmo, hecho, además, habitual en su director, Michael Mann. No quiero decir con esto que estemos ante un trabajo totalmente desatinado, pues la obra resulta correcta en su conjunto, pero sí me refiero a que su acabado, en vista de los buenos ingredientes utilizados, podría haber resultado mucho más delicioso.

Ambientada en el siglo XVIII, la película sitúa su acción en la guerra entre Francia e Inglaterra por la posesión de los nuevos territorios colonizados en Norteamérica. Allí conoceremos al indio mohicano Chingachagook y a sus dos hijos: el biológico, Uncas, y el blanco adoptivo, Nathaniel, interpretado por un esmerado Daniel Day Lewis. Viviendo en armonía con la naturaleza, los tres indios intentan mantenerse al margen de cualquier conflicto armado, sin embargo, la cruel guerra pronto les involucrará en una aventura en la que Nathaniel y Uncas encuentran el amor en las hijas de un oficial inglés. Así, protegiendo a las jóvenes de la muerte, los tres mohicanos, últimos de su legendaria estirpe, se verán enfrentados a los franceses y a sus peligrosos aliados indios, los hurones, capitaneados por el despiadado Magua.

Sacando un notable partido a los bellos parajes del territorio norteamericano, la obra hace gala de un poderío visual indiscutible, quedando éste magistralmente aderezado por la célebre música de Trevor Jones y Randy Edelman. También cabe destacar la calidad de ciertas secuencias de acción que, igualmente armonizadas con la poderosa melodía, convierte la cinta en una digna muestra de virtuoso cine de aventuras. No obstante, la urgencia de su texto, repito, descuida, y mucho, el dibujo de los personajes, aniquilando la credibilidad de unos romances demasiado apresurados como para crear cierta sinergia emotiva en el espectador.

Con todo, y pese a no terminar de cuajar, no podemos olvidar las virtudes de un film que, por momentos, ofrece un sólido espectáculo rebosante de magia cinematográfica. Una lástima que su épico y ciertamente lírico discurso no quede redondeado por un guión a la altura de sus bellas imágenes naturales. En definitiva, un buen intento, pero carente del empaque necesario para alcanzar cotas más elevadas en el séptimo arte.