Película La reina victoria

De vez en cuando (últimamente quizás demasiado) encontramos en nuestras carteleras propuestas de corte histórico, películas que miran hacia atrás para revisitar, cuando no rehacer a sus caprichosas maneras, la experiencia de lo vivido y que marcó a la sociedad del momento, dándolo a conocer al gran público sin que éste se vea en la obligación de recurrir a académicas enciclopedias para saber de ello. Tras el reciente estreno de La duquesa , donde se nos contaban las vicisitudes de Georgiana Cavendish (Duquesa de Devonshire), ahora llega a nuestras pantallas La reina victoria, título del cual no resulta difícil sobreentender el objetivo del retrato, aunque ubicado en su mismo país, de figura más ambiciosa que la anterior: Victoria I de Reino Unido.

Y sin embargo la mala traducción del título al español (para variar) pudiera llevar a equívoco al interesado espectador: el The young Victoria original refleja mucho más a las claras la propuesta que alberga este relato, que no es otra que la de dejar constancia de las difíciles singularidades que rodearon a la reina durante su juventud y primeros años de reinado. La atrevida en dar vida a tan relevante personaje es Emily Blunt, actriz prácticamente desconocida que hasta el momento había centrado su carrera en producciones independientes y que, tras ésta, parece haber mejorado su caché a la vista de las nuevas producciones en que está inmersa; y eso que aquí desempeña su cometido sin mayor pena ni gloria, luciendo correctamente, gracias a su punto de belleza, los lujosos trajes en que se embute, pero sin aportar un desgarro dramático relevante. A su lado, un reparto desconocido a excepción hecha de Paul Bettany.

Pero lo anterior no es algo que tenga porqué perjudicar a la cinta, más al contrario: el hecho de que no conozcamos los rostros, hace que nos fijemos más en los gestos, aunque sin duda eso pudiera acarrear el efecto secundario indeseado: que éstos no alcancen a emocionarnos. Y algo así es lo que le sucede a este correcto film y en particular a su esforzado director: Vallée tiene a bien introducirnos en el ambiente inquino y sabe captar el baño de falsedades, cinismo y arribismo (aderezadas con un poco de amor) que en la alta cúpula británica de la época se dan cita, y no duda en gustarse en su recreación en los momentos más álgidos de la misma (sirva como prueba el sutil baile al unísono de la cámara y la pareja de recién casados, Alberto y Victoria), así como acierta al dotar al conjunto de un exquisito trabajo de decoración y vestuario, imprescindible en cualquier trabajo de época. Pero su propuesta carece de un mayor recorrido porque es él mismo quien se autolimita, ciñéndose a un margen temporal concreto durante el cual apenas arroja mayor atisbo de pasión.

Resulta, por un lado, inteligente, centrar la narración en un periodo concreto, quizás el más vivo y por tanto interesante dentro de la vida de la reina; sin embargo, deviene por otro frustrante el abrupto corte en la historia que al final debemos encarar, y no sólo para nosotros, también para el propio director, quien se ve obligado a usar los consabidos y exasperantes carteles explicativos del resto de la existencia de su demasiado importante personaje, dejándonos una amarga sensación de inacabado. Ya saben: “quien mucho abarca, poco aprieta”; parece que se lo tomó demasiado en serio el canadiense…