Película Star Trek (2009)

Seamos quisquillosos. J.J. Abrams se contradice en las dos obras monumentales que portan su firma y son noticia en la actualidad. Hablo del continuo espacio-tiempo, eso tan de la ciencia-ficción. Lost, ya un mito televisivo y cada vez más audaz en su funambulista viaje a través de la cuarta dimensión, porta la enseña encorsetada del “whatever happened, happened” a cuatro días del doble episodio final de su quinta y penúltima temporada. Star Trek por el contrario, he aquí la contradicción, se libera de tal atadura, se apunta a la fluctuabilidad del destino y otorga uno nuevo al universo Trekkie. Y como la complejidad argumental de la serie televisiva no puede comprimirse en una historia de un par de horas, Abrams se complica lo justo y se abandona al puro espectáculo. Y yo, sinceramente, lo celebro.

 

 


No busquen pretensiones trascendentes en Star Trek. De hecho alguien podría atreverse a postular que la película es una comedia pura y dura, y no andaría demasiado despistado. Cualquier intento dramático es claramente sometido a un papel secundario por el irrenunciable espíritu lúdico del largometraje (reivindiquemos una vez más Starship Troopers). Revitalizadora del género espacial en general y también, no me cabe la menor duda, de la saga de la nave Enterprise en particular, Star Trek es una película operística, un mastodóntico disfrute preparado sin reparo en gastos hasta el último de sus atrezos para el éxito total en este siglo XXI, concebido para no exigir carnet de socio de la saga a espectadores primerizos, pero con un plus de astucia que arrastre también a su legión de seguidores.

 

 


En ese empeño equilibrista elige Abrams el nacimiento del mito como punto de partida, convirtiendo así en atractivos jovencitos de calendario a los personajes de la serie creada por Gene Roddenberry en los años 60. Asegurado el espectro juvenil, su acertadísimo casting, que conserva el espíritu de cada uno de los miembros del cuerpo de mando del archiconocido transbordador espacial, debería contentar a los más viejos del lugar. Y por si algún purista levantara la voz, en un guiño maestro, Abrams da una importancia fundamental al legendario Leonard Nimoy en la trama. Todos contentos.

Retorno al primer párrafo. Abrams se reconoce con autoridad en lo concerniente a esto de los viajes en el tiempo. Se permite así el lujo de demoler uno de los pilares sagrados de este tipo de películas con un encuentro plenamente consciente entre el joven Spock (Zachary Quinto) y su yo anciano que escandalizaría al mismísimo Doc de Regreso al Futuro. Para entonces ya hemos presenciado viajes a través de agujeros negros, teletransporte, planetas destruidos en un periquete y naves más veloces que la luz en un espectáculo de primera magnitud. No cabe el reproche. El cine siempre guardará sorpresas a quien esté dispuesto a dejarse llevar.