Película La sombra del poder

El periodismo, y en particular el de investigación, es una de las profesiones en las que se pone a prueba la integridad del individuo de manera más manifiesta. La ética para conseguir y publicar las noticias, la aplicación de «el fin justifica los medios» maquiavelístico y en general la moralidad de la persona que hay debajo de ese caparazón profesional es puesta a prueba continuamente. En la mayoría de los casos los asuntos tratados pueden tomar un cariz público u otro según la forma en la que son expuestos por los reporteros. Manipuladores y manipulados, crean opinión y a la vez son presionados en las direcciones que les interesan a los que realmente mueven los hilos, el «poder»del título, bien sea político, empresarial o el propio beneficio de su medio. O sea, un eslabón más de la cadena que mueve los mecanismos del mundo.

La sombra del poder nos presenta la historia de un periodista que se ve involucrado en un escándalo de alta política en el que los ingredientes son: un congresista problemático (un horroroso Ben Affleck, la cinta con un actor decente interpretando a este personaje habría sido mucho mejor, pero al ex de JLo no hay quién se lo crea), un poderoso lobby empresarial a la caza de las concesiones de seguridad del Estado, y un triángulo amoroso de por medio. El contexto citado, la privatización de la seguridad en los Estados Unidos y la cantidad de millones que se están moviendo vinculados a la guerra contra el terror post 11 de Septiembre son un telón de fondo potentísimo y el guión no deja de hurgar en él de manera muy acertada de modo que, aunque realmente el tema de la película sea la ya nombrada profesión y su gran implicación en la idiosincrasia humana, el otro mensaje queda claro sin resultar redundante y sin poder decir que es una producción-protesta ni nada por el estilo.

Un Russell Crowe en su versión señor marranete con cara de preocupación pero efectivo como siempre es el principal exponente de la doble moral con la que juegan todos los personajes aquí, de modo que nadie es el héroe y nadie el villano, lo cual hace creíble y realista una situación en la que si acaso, chirría un poco la excesiva permisividad de la directora del periódico (Helen Mirren) con su reportero estrella. Crowe intenta ser justo pero a la vez utiliza métodos delictivos e incluso se mancha las manos de sangre y utiliza al resto de los personajes para conseguir su objetivo, la verdad. Esa dicotomía se ve reflejada en su compañera (interpretada por una Rachel McAdams que se ve rara sin maquillaje gótico o colmillos) la cual es una especie de Pepito Grillo ingenuo debido a su poca experiencia. Molesta un poco que nos tengan que poner un personaje simplemente para hacernos ver lo que Crowe hace mal diciendo obviedades como cuando en CSI un personaje pregunta a otro para que éste se lo explique a la audiencia, los espectadores podemos pensar por nosotros mismos, señores. Eso y que la chica sea guapísima me hace temer que su inclusión sea testimonial y estética.

Desde la llegada al lugar de los hechos hasta unos créditos finales sobre imágenes del proceso de impresión de un periódico, el metraje nos hace reflexionar sobre todo lo que hay detrás de un simple titular. Ese titular puede destruir carreras, familias, crear verdades o enterrar mentiras, mover miles de millones de euros y cambiar gobiernos. Un poder que, puesto en manos de seres humanos, nunca podrá ser objetivo ni podrá quedarse al margen de todas las miserias y grandezas que nos rodean.