Película Quemar después de Leer

Parece que el cine de los hermanos Coen se empeñe en subir al espectador en una montaña rusa artística. Tras el K.O. a todos sus detractores que consiguieron con la rotundamente madura No es País para Viejos (Joel Coen, 2007)Quemar después de Leer (Burn After Reading) los devuelve al nivel de sus peores películas. Si me apuran, la peor de todas. Atropellada, sin pegada alguna, y además, con una exasperante sensación de deja-vù de muchos de sus trabajos anteriores.

Entiéndaseme, la película no está vacía. Precisamente, la vacuidad y la estulticia de esta sociedad global en que vivimos construyen su principal trasfondo. Y es indiscutible la inteligencia de los Coen a la hora de desarrollar esta comedia negra sobre unos hijos de la modernidad que han perdido casi toda su masa encefálica, a la vez que cuentan una historia más o menos compleja que, en principio, debe resultar divertida. Pero vayamos al argumento: Chad (Brad Pitt) y Linda (Frances McDormand) trabajan en un gimnasio como monitores, ella quiere hacerse unas cuantas operaciones estéticas, exactamente cuatro. A él no le hace falta ninguna, más que nada porque no hace otra cosa que hacer ejercicio. El caso es que por casualidad, a ambos se les presenta la ocasión de hacer dinero fácil –o eso piensan ellos- y tendrán que trajinar en un asunto de índole gubernamental. Explicado esto, cambien el gimnasio por una bolera y al gobierno por una especie de ricachón mafioso (que para el caso es lo mismo) y entenderán que la sombra de El Gran Lebowsky (Joel Coen, 1998) es demasiado alargada. Su permanente recuerdo durante la película deja en evidencia este nuevo trabajo de Ethan y Joel Coen que no aguanta la comparación en lo que de común tienen ambas, que no es poco.

Además, resulta sorprendente no encontrar ni uno sola de esas secuencias marca de la casa en toda la película, cuya factura es aceptable pero falta del brío al que Joel Coen nos tiene acostumbrados, incluso en sus peores largometrajes. El estelar reparto de la cinta está poco brillante. Pitt, Malkovic y McDormand, aquejados de incontinencia histriónica, andan muy lejos de esa excelencia a la que, como han demostrado en otros trabajos, no son ajenos. Los tres confunden a menudo la idiotez de sus personajes con un exceso de pantomima. Sólo George Clooney, despojado deliberadamente de gran parte de su encanto (sobre)natural, ofrece brillantez con un personaje completamente disfuncional que empequeñece a cualquiera de sus compañeros en cada una de las escenas en las que toma parte. El resto de personajes, demasiados y sin recorrido ni desarrollo pero imprescindibles para engarzar la complicada trama, son usados para subrayar la falta de aptitud del ser humano actual para relacionarse con los demás de una manera más o menos normal, ya sea para mantener un matrimonio (Swinton, Marvel) o para comenzar una relación (Jenkins).

Al final de la película, como queda enfatizado en la conversación entre los jefazos de la C.I.A., lo malo no es que todo acabe más o menos como al principio y quede la sensación de que no ha ocurrido nada. Eso es parte del juego satírico que se nos propone en Burn After Reading. Lo malo es que esta vez lo jugamos en un barrizal, cuando en 1998 nos regalaron uno en el mismísimo Anfield. Pero, como se suele decir, fútbol es fútbol y una fruslería de los Coen bien vale una entrada de cine.