Película El tiempo en sus manos

La ciencia ficción siempre ha soñado con sobrepasar los límites de lo conocido. Con esta concepción, su literatura en la segunda mitad del siglo XIX invitaba a viajar al espacio, al centro de la Tierra o a las profundidades marinas, así como sería atrevida a la hora de tensar las leyes físicas y biológicas. Julio Verne y H.G. Wells fueron las figuras más representativas de aquella época. Ambos acumulan un buen puñado de títulos que han inspirado el avance del mundo científico. En el caso de Verne podemos comprobar cómo muchas de sus imaginaciones son hoy una realidad. La magnitud de su legado entre distintas generaciones ha empujado a ello. Sin embargo, y levantándose una leyenda digna de su obra, hubo lugar para teorías que sospecharon del carácter visionario de este autor adelantado a su siglo: ¿y si Verne realmente fue un viajero del tiempo? ¿Relató sus experiencias en el futuro para espolear el progreso? Y si así fue, ¿qué suerte de paradojas se darían en esto? Excelente material para uno de sus relatos, sin duda; pero no sería éste sino Wells el que acometiera la exploración de la cuarta dimensión, el tiempo, al escribir ‘The Time Machine’, novela que adaptaría la MGM en la entrañable cinta que nos ocupa.

Cafetera, sillón y máquina del tiempo. Confort ante todo.

El arranque de la película de George Pal capta todo el interés que la atractiva temática despierta. Envuelto en una encantadora ambientación victoriana, H. George Wells (Rod Taylor) cree haber construido la máquina del tiempo. Ilusionado con su trabajo, para el primer test reúne a sus pragmáticos amigos, un grupo de caballeros que primero dudan del invento y más tarde se cuestionan sobre sus salidas comerciales. El contrariado científico no da crédito a esta fría respuesta. Frustrado en su época y harto de las guerras, éste por fin decide iniciar un viaje sin salir de su casa londinense, esto es: hacia el futuro, sin tener que moverse en ninguna de las tres dimensiones exploradas. Un fascinante experimento en el que espera encontrar un porvenir más halagüeño para la Humanidad. Sin embargo, y para su tristeza, ni avanzando unos años, ni aun menos al hacerlo varios miles de siglos, Wells hallará el esplendor cultural que tanto ansía ver con sus propios ojos.

Al igual que en el original escrito, el largometraje se siente más a gusto dentro sus posibilidades político-sociales y aventureras que refiriéndose a un carácter científico o enredos temporales en los que prefiere no entrar demasiado. De tal modo, y presentando el artefacto ya construido, aquí -como en la genial comedia Regreso al futuro- no importa tanto el diseño de la máquina y sus mecanismos como las opciones que ésta ofrece, si bien la escena inicial sí teoriza sobre Física durante aquella reunión de amigos planteando desplazamientos en la cuarta dimensión.

Año 802.701: The Rolling Stones y Aerosmith fusionados en The Crazy Morlocks

Valiéndose de unos efectos visuales algo toscos, aunque eficaces en la época y lo suficientemente logrados como para involucrarnos en la historia, el relato fluye resumiendo la decepción del viajero desde el futuro cercano hasta la llegada al año 802.701, constituyendo la lectura pesimista de una obra que por desgracia muta en simplismo conforme avanza el metraje hacía ese mañana más lejano. De igual manera, este flojo tramo encuentra problemas no sólo en su desarrollo y ritmo, sino también en la recreación y diseño de las dos civilizaciones antagonistas planteadas, evidenciando este proyecto un presupuesto insuficiente para tal empeño. No obstante, obviando ciertas carencias técnicas y esa burda concentración final de la Humanidad en el mismísimo barrio del protagonista, nos queda un clásico imprescindible que apuntala su discurso moral con una magnífica secuencia final. Un broche de oro que, ahora sí, y en contraste con el tono general, decide abrir una ventana a la esperanza con la misma elegancia que imperó en el sensacional comienzo.