Película Origen

La séptima película del director Christopher Nolan viene a confirmar lo que, progresivamente en su filmografía y en especial en su anterior película El caballero oscuro, se intuía: ya ha pasado a ser uno de los nombres claves para entender el significado del cine posmoderno del siglo XXI. Pocos nombres más dentro del panorama actual, por no decir ninguno, pueden ponerse a su altura, por cuanto su capacidad para compaginar, compenetrar y finalmente alcanzar el equilibrio prácticamente perfecto entre un cine de entretenimiento inmaculado que pueda convivir en una simbiosis productiva con otro adulto, reflexivo y consecuentemente arriesgado con el «establishment» hollywoodiense y sus aceradas garras impositoras, es única y verdaderamente sobresaliente.

 

He ahí gran parte de la importancia capital de una obra como Origen, que debidamente contextualizada y con el paso de los años y las décadas pasará a formar una parte de obligada revisitación dentro de la historia del cine, imprescindible para entender la totalidad de la misma. Semejante aseveración tiene su razón de ser en que la obra, más allá de su valoración en relación a su entorno, posee, como es lógico, una validez en sí misma que va mucho más allá de lo convencional, pero que además sabe apropiarse de conceptos y temáticas de otros trabajos de diversa índole -no sólo cinematográfica- así como funcionar como compendio de toda la obra del propio realizador británico, creándose así un film total de indudable e indiscutible calidad, de necesaria revisión para el disfrute pleno de todos y cada uno de sus múltiples poros.

Pongamos como trasfondo de la historia la idiosincrasia de la literatura del escritor Philip K. Dick, adherida a la ciencia-ficción de complejo entramado narrativo y misterioso tono discursivo. Nolan (también excelente guionista de sus trabajos, no lo olvidemos), quien dice trabajó en el libreto de su Inception durante los últimos diez años, cuaja en él sus inquietudes temáticas habituales -el peso de la memoria en la toma de decisiones, el amor como ente indispensable en nuestra existencia y devenir, la voluntad de poder y la redención, la responsabilidad…-, dándoles forma en el voluminoso interior de la mente de sus personajes, de sus sueños, auténtico Leitmotiv de la cinta; paisajes que bien podría haber parido el mismo Jorge Luis Borges. Y establece, como fondo de su entramado, la temática del espionaje industrial; un «McGuffin» puro y bien configurado. Con tal maestría define su guión, que no son en absoluto necesarias explicaciones sobre ciertos elementos básicos para el transcurrir de la historia; baste con dar por (sobre)explicado el sentido y la forma de la misma para que nos olvidemos de ellos y nos concentremos en lo esencial: la correcta comprensión de una obra multidiversa de enrevesadas y fascinantes características.

 

Porque si la atracción que nos causa el aspecto literario de Origen es mayúscula, su sentido visual puede que lo sea aún más. Inundada de imágenes de una poderosa fuerza escénica (siempre realzadas por una partitura emergente y palpitante, en una soberbia composición del habitual Hans Zimmer), su significación va mucho más allá del puro placer que produce contemplar su asombroso acabado, y sirven como perfecta canalización narrativa en el interior de la(s) historia(s), interconectando sus vasos comunicantes y reforzando así el sentido temporal y físico del relato. Y el arquitectónico. Un componente básico de esta película, que se construye y destruye a sí misma a medida que transcurre, de manera dinámica y sorpresiva, desafiando un doble reto -intelectual y material- emparentado y estratificado; lo que supone una lúcida metáfora de la mente de los personajes y su sentido en su mundo, apenas reconocible toda vez que se enfrascan en confusas batallas alienantes de difícil discernimiento racional e inestable temporalidad, donde solamente cuenta la emoción de la evasión (el dinero únicamente puede sostenerse como una perfecta excusa inicial para el emprendimiento de la aventura).

Como gran creador del siglo XXI, Nolan es muy consciente de sus referentes, y sabe extraer lo apropiado de cada uno de ellos para conjuntarlo y formar algo nuevo y diferente. Así, sabe visitar Dark City para después dar el consecuente salto a Matrix, confeccionando de esta manera ciertos lazos ideológicos (por supuesto, también filosóficos) e incluso reproducir soluciones visuales entre aquéllas y su último film; tampoco se olvida del necesario y vigoroso lugar para la acción bien entendida, y filma de manera extraordinaria secuencias de tiros y explosiones que nos remiten al mejor Michael Mann, o va un paso más allá y se aprovecha del dilatado clímax final para brindar un homenaje a las películas de 007. Una fuente inagotable. La que supondrá él mismo en un futuro.

 

Inception se erige como una obra imprescindible con la que disfrutar plenamente del cine tal cual se concibe hoy día, una vez inmersos en el interior de la poderosa maquinaria que mueve los hilos. De largo, una de las mejores producciones (si no la mejor) en lo que va de año; espectacular, vasta, compleja, reflexiva, magnética, vinculante. Prácticamente total.