Películas Baarìa

Si bien, y es de necios negarlo, Baarìa encierra momentos de gran cine, sí conviene recordar que cuando estos simplemente salpican un extensísimo metraje su floja disolución no logra elevar el proyecto general a la altura deseada. Y es que Tornatore, en esta ocasión, cae en el error de imaginar una epopeya demasiado ambiciosa sobre un terreno algo inestable. Desde luego me refiero a su ondulante guión que, por inconstante, confuso y repleto de elipsis temporales, se vuelve traicionero cual arenas movedizas. Es posible que en la cabeza del director, y apelando a la fuerza de un relato épico-político de aparente atractivo, el conjunto alcanzara mayor armonía. Sin embargo, su esfuerzo queda en todo momento expuesto a la sensación de abandonar cosas a medio camino. De esta manera, como permisivos espectadores con estériles ganas de dejarse llevar, apenas somos capaces de crear empatía con una historia que se aleja por minutos del ideal emocionante e interesante que Tornatore pretende redondear. A cambio de nuestra confianza sólo hallamos el irresistible encanto del costumbrismo italiano como telón de fondo, pero escasa concreción en un desorientado ir y venir de situaciones, personajes e ideas sin demasiada autenticidad ni alma en su fondo.

Peppino el comunista

Articulada sobre el panorama sociopolítico de una Italia retratada en tres generaciones de una misma familia, la cinta nos conduce desde el alzamiento y la caída fascista del país hasta el nacimiento de una democracia finalmente corrompida por los intereses mafiosos. Así, en un pretencioso intento por abarcar tantísimas sub-tramas, el naufragio argumental nos deja a orillas de la teleserie condensada en un montaje precipitado donde el repetitivo fundido a negro resulta un recurso poco satisfactorio. Pese a todo, en ningún caso la obra queda técnicamente entroncada con el plano televisivo. La eficaz ambientación, una potente fotografía y el maestro Ennio Morricone en la composición musical bien se ocupan de ello. No obstante, todo el buen hacer cinematográfico del que Tornatore hace gala en varias de sus mejores secuencias queda penosamente empañado por culpa de este regusto a embutido narrativo.

En cualquier caso, pese a no llegar a cuajar y dejar cierto aroma a proyecto fallido, sí estamos ante una película disfrutable por momentos, divertida en otros tantos, muy cruda en general, pero definitivamente marcada por el sello de un cineasta incapaz de consumar un batacazo estrepitoso. Así pues, sin esperar ninguna maravilla y sabiendo que siempre les aportará cultura y entretenimiento, queda en sus manos el enfrentarse a 150 minutos de metraje que sin ningún agravio podrían ser divididos en dos ligeras tomas para la pequeña pantalla. Triste formato y muy duro veredicto, soy consciente, pero es lo que este visionado me inspira.