Película Pesadilla en Elm Street (2010)

Puede resultar hasta tedioso mencionar la sempiterna alergia al riesgo de Hollywood con cada remake de estreno. Hasta que el público demuestre lo contrario, son un éxito asegurado para las productoras. Es su dinero, luego es legítimo, y este remake del clásicodirigido por Wes Craven en 1984, vuelve a darles la razón; ha sido beneficioso con sólo vender la marca. Lo digo porque esta versión de Pesadilla en Elm Street de 2010 es artísticamente desoladora, un ejercicio de desidia argumental en el que el primerizo Samuel Bayer ni se molesta en recorrer su propio camino. Firma un parásito Lo-Fi interpretado por actores de quinta categoría que hubiera sido degradado al circuito televisivo si Robert Englund no hubiera hecho famoso a Freddy Krueger hace más de 25 años.

¿Miedo? ¿Horror? No se hagan ilusiones. Comienza la película, un adolescente sueña y, tras un susto o dos gratuitos -cámara tramposa, banda sonora cómplice, ya saben-, ¡zas! Al hoyo. Una muesca más en las garras de Freddy (Jackie Earle Haley), y van… Pues así hasta el final. Sólo varía el juego sueño/realidad, hasta límites casi cómicos, y la introducción de un argumento demencial, estúpido, lleno de vericuetos surrealistas por absurdos, y sin el menor respeto por la coherencia narrativa o la inteligencia del espectador.

 

Si al menos los autores de la historia hubieran afilado un poco el colmillo, la cinta quizá habría encontrado buen acomodo en la comedia. Pero tampoco. Veamos: totalmente desesperados por no caer derrotados ante el sueño, ¿acudimos a la prescripción facultativa o a un buen camello que no haga preguntas y sólo provea de una bolsita de éxtasis o un par de pollos? La respuesta de los guionistas se la pueden imaginar. La violencia no tiene mesura -aunque el acabado digital esté a años luz del gore artesanal ochentero-, pero cualquier osadía en otros ámbitos es cercenada de inmediato: café, Red Bull y hospital, no vaya a ser que…

La premisa de la saga da carta blanca para casi todo. Precisamente por eso, que el grado de insensatez de la cinta escale un peldaño más en su conclusión, le hace a uno dudar si no sería incluso conveniente aplaudir tamaño atrevimiento interdimensional. A veces parece insultante lo que nos cuelan. Eso sí que es una pesadilla.