Película Anticristo (Antichrist)

El conocimiento es un arma de doble filo. Las líneas que separan la iluminación intelectual de la locura a veces se antojan huidizas y lo que, a priori, podría constituir un valioso enriquecimiento puede desembocar en un torrente de turbación, delirio y violencia. Tal y como ya anticipara el mito más estereotípico del Doctor Frankestein, quien jugara a traspasar las lindes éticas del conocimiento científico, Lars von Trier culmina en éste, su último trabajo, la claudicación psicológica del estudioso que, a modo de alegato misógino, encierra todo un cosmos dominado por los cruentos demonios que moran en lo más hondo de la psique humana.

Como elemento crucial en la obra encontramos el sentimiento de culpa, origen y motor de un dilatado duelo al que los protagonistas, universalizados mediante los denominadores genéricos Él y Ella, harán frente por sus propios medios. Los cimientos de la narración, explicitados mediante un prólogo de encomiable estética, entretejen una base visual pletórica que contrasta con la crudeza del elemento narrativo desnudo.

Desencadenando en una oleada de irrefrenable exceso, Él, Ella y Naturaleza se transforman en elemento indisoluble alrededor del cual la trama fija una trayectoria ascendente que se desboca incontrolable ante los ojos del espectador que, atónito, se convierte una vez más en marioneta a manos del director danés. Dafoe y Gainsbourg, clarividentes vehículos entre la convulsa mente de Trier y el espectador, interpretan magistralmente el que probablemente sea el papel más complicado y polémico de sus vidas.

Por su parte, el paisaje, alegoría personificada del mismo Satán, domina con su impetuosa exuberancia a la mujer que, como si de una bacante se tratase, baila un ritmo endiablado conjurado a un frenesí autodestructivo. La indefectible expiación viene dada por la manifestación somática inducida que, de manera brutal, encuentra su clímax en el dolor provocado, elemento inhibidor de un placer sexual mórbido, origen del infierno personal de la pareja.

Son tres los pilares sobre los que Trier asienta la trágica pérdida de este matrimonio: tristeza, dolor y desesperación, identificados como “los tres mendigos” y correspondientes a los estadios que experimenta la protagonista ante el horror de la muerte. El director, mediante un siniestro juego simbólico, materializa el sentimiento abstracto en animales, correspondiéndose con el ciervo, el zorro y el cuervo. La intensificación del suplicio, del cual en todo momento somos partícipes, se manifiesta como elemento intrínseco a la propia concepción de la cinta. Ideada con la retorcida intención de provocar la sensación de angustia, se antoja tan descarnada como sugestiva y cautivadora.
De la mano del sexo explícito y la violencia manifiesta más perturbadora y recalcitrante, Lars von Trier se recrea una vez más en los límites de la cordura con un film incómodo e inclemente, mediante el cual el espectador desciende por todos y cada uno de los círculos del Infierno en un dulce suplicio consentido… o no tanto.