Valoración de VaDeCine.es: 7
Título original: The Day the Earth Stood Still Nacionalidad: Estados Unidos Año: 1951 Duración: 92 min. Dirección: Robert Wise Guión: Edmund H. North Fotografía: Leo Tower Música: Bernard Herrmann Intérpretes: Michael Rennie (Klaatu), Patricia Neal (Helen Benson), Hugh Marlowe (Tom), Sam Jaffe (Profesor Barnhardt), Billy Gray (Bobby), Lock Martin (Gort) Trailer
Hasta la ocupación definitiva del género de ciencia-ficción de un lugar distinguido dentro la Historia del Cine, hecho registrado extraoficialmente en 1968 gracias a cierta genialidad de Stanley Kubrick, encontramos un puñado de películas que pretendieron trascender de su simple catalogación dentro de la “serie B” o el vulgar entretenimiento de terror mutante del espacio. Dentro de ese creciente movimiento, en busca de una considerable mejora en la temática extraterrestre, hemos de valorar el film que nos ocupa como uno de sus máximos exponentes, tanto por su carga dramática como por su propuesta artística e innovación técnica en el campo de los efectos especiales. Realizada durante los primeros años de la Guerra Fría, la obra fue gestada bajo una óptica capaz de abordar con cierto compromiso uno de los asuntos más preocupantes de la sociedad de su tiempo: la amenaza nuclear. Una psicosis tangible entre una población temerosa de una posible Tercera Guerra Mundial con presencia de armamento atómico.

Su guión, basado en un relato de Harry Bates, aprovechó la oportunidad de indagar sobre posibles soluciones al inquietante conflicto, encontrando respuesta y argumento para el film, al imaginar una intervención por parte de habitantes de otra galaxia. Así Klaatu, alienígena antropomorfo enviado por un consejo intergaláctico, traerá consigo un importante mensaje para los terrícolas ante la creciente proliferación de armas nucleares en la Tierra. Preocupado por el consiguiente riesgo de nuestra evolución armamentística, considerada una amenaza para el resto de planetas, el emisario nos advierte de la obligatoriedad del abandono de dicho potencial bélico, amenazando con la completa destrucción de nuestro mundo si no escuchamos este ultimátum. Aunque aclamada por su supuesto mensaje pacifista, quizás no sea esta lectura comúnmente compartida de lo más acertada en vista de las terribles consecuencias que ocasionaría una negativa terrestre a las pretensiones del mensajero. Más bien, y es posible que ésta pudiera ser la intención primaria del film malentendido, el argumento parece mostrar una visión bastante pesimista sobre nuestra especie, demostrando que la única manera posible de hacer entrar en razón a nuestra belicosa naturaleza es la utilización de la violencia y el terror, ambos elementos por encima de un raciocinio y diálogo que apenas consigue Klaatu establecer pese a su intento.

Correcto en su narración, el libreto sin embargo no consigue evitar hacer aguas en determinados momentos ante la difícil tarea que acomete en su fantástico relato, quedando éste en evidencia ante el planteamiento por parte de un espectador confuso ante esta pregunta: ¿cómo una civilización tan avanzada como la visitante, capaz de demostrar su potencial paralizando todos los elementos mecánicos de la Tierra durante treinta minutos, no ha encontrado mejor solución para el espinoso asunto nuclear que acabar con millones de vidas inocentes que nada tienen que ver con él?. De igual modo, adolece de cierta falta de imaginación a la hora de presentar un extraterrestre de apariencia humana -sin ninguna explicación referente a un posible camuflaje-, hecho bastante difícil planteándonos lo que debiéramos diferenciarnos de una forma de vida evolucionada de una génesis distinta a la nuestra, teniendo en cuenta el parecido existente entre una patata y un hombre aun conservando un origen común. Muy recomendable, en cualquier caso, todo un clásico de la ciencia-ficción al que indultaremos la mayoría de sus faltas, en gran medida por su antigüedad y marcado carácter pionero. Una obra de culto que encontró su billete a la inmortalidad en su banda sonora, elaborada por Bernard Herrmann con el theremin (uno de los primeros instrumentos electrónicos), generando esa inquietante música que todos asociamos al planeo de platillos volantes en blanco y negro; así como, por supuesto, también gracias al gran autómata Gort, icónico robot que, pese a sus evidentes carencias, ha quedado asociado indisolublemente a la película y al género para siempre.
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Robert Wise sabía lo que se hacía, sabe poner veneno a uno y otro lado del muro de Berlín. Me parece lo mejor de una época que, personalmente, encuentro extraordinariamente imaginativa.