Valoración de VaDeCine.es: 9
Título original: Spartacus Nacionalidad: EE.UU. Año: 1960 Duración: 189 minutos Dirección: Stanley Kubrick Guión: Dalton Trumbo Fotografía: Russel Metty Música: Alex North Intérpretes: Kirk Douglas (Espartaco), Laurence Olivier (Craso), Jean Simmons (Varinia), Charles Laughton (Graco), Peter Ustinov (Batiato), John Gavin (Julio César), Tony Curtis (Antonino)
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El espectáculo épico que necesitaba el estadounidense para refrendar su maestría tras la cámara; el ensayo perfecto para el posterior refinamiento visual y, por supuesto, moral, que ejercería; el punto de inflexión clave de una carrera. Esto le supone Espartaco a Kubrick, pero como todo gran genio en ciernes (recordemos que contaba con tan sólo 32 años cuando se embarcó en este proyecto), aún necesitó de ayuda para llegar hasta él: fue a través del emprendedor Kirk Douglas, a quien ya dirigiera tres años antes en la imprescindible Senderos de gloria, como logró sustituir a Anthony Mann para hacerse cargo de un proyecto cuyo verdadero responsable era aquél.
Porque el ambicioso pero valiente actor fue quien, tras poner un buen fajo de billetes sobre la mesa, se hizo con los derechos de la novela del comunista Howard Fast; quien contrató al perseguido Dalton Trumbo -por aquel entonces uno de los primeros nombres en la famosa lista negra de “la caza de brujas”- para adaptar la historia; y el que, más tarde y una vez comenzado el rodaje, tuvo la potestad de despedir al mencionado Mann. También fue la persona que consiguió reunir a toda una constelación de estrellas para interpretar los papeles principales y quien desplazó el equipo a nuestro país para acometer el rodaje de la batalla final, teniendo a su disposición a millares de obreros ataviados como auténticos esclavos en lucha por su libertad.

Queda patente, por tanto, que la fortaleza y capacidad de seducción del guapo Douglas traspasaron los límites de la pantalla para hacerse tangibles en la realidad. En lo que de verdad nos importa, delante nuestro, su unión con Kubrick le posibilitó lucir como nunca su coraje, dando vida a un fiero y justo gladiador que únicamente desea, como cualquier otro ser, la libertad. Así, pasará de ser un títere más, hecho para el vergonzante divertimento de los ricos romanos, a diestro líder de una enconada revolución de los pobres de Roma, de los pobres de Italia, casi podríamos parabolizar, de los pobres de ese espartano mundo pre-cristiano. Bien hizo resonar su nombre: Espartaco.
Dentro de esta historia, donde más partido consigue sacar el director es en su retrato de esa encarnizada esclavitud que recibe palos y suda sangre por doquier; es la primera parte de la extensa película, cuando se curte el hombre pero a la vez también lo hace su herida -por extinguida- alma, queriendo recuperar su condición de tal (“¡yo no soy un animal!”, grita Espartaco bajo las rejas de su calabozo ante sus amos). Es bien recordado el cruento duelo a vida o muerte entre él y otro compañero de entrenamiento; soldados que se ven, de esta manera, obligados a eliminar cualquier conato de condición de amistad en su rutina: Kubrick filma con la pasión que le caracteriza, fidelizando el texto que subyace bajo la narración, sin innecesarios adornos que desvirtúen su honrosa apuesta, tan sólo haciendo a la cámara partícipe directa de los salpicones de sudor vertidos sobre la seca arena de la muerte.
No desaprovecha tampoco la ocasión para entrometer su mirada en el interior del senado romano y sus vilipendiosas revueltas internas, dejando patente su desprecio por los poderosos jueces unívocos de la verdad, y contraponiéndolo en la narración con la esperanzadora visión que le proporciona la figura de nuestro particular salvador de la integridad. Se atreve, incluso, a flirtear con el ambiente homosexual en esas instancias, hecho que le provocó no poca censura en la época del estreno de la película. Pero todo resulta más sencillo cuando uno tiene a su disposición a titanes de la categoría de Laurence Olivier o Charles Laughton para la representación de esa lujuriosa sensación de ostentación y falsa justicia.

Sin embargo, si la cinta goza de una sensación de sensibilidad que logre subsanar tanta aberración física y ética, ésa es por la bella Varinia. Su relación con Espartaco es filmada por Kubrick con una delicadeza y ternura ciertamente inusitada en su carrera, haciéndonos partícipes de la profunda melancolía que siente nuestro héroe por su amada, siempre anhelada, nunca plenamente disfrutada, imposible al fin. Capaz de demostrar su valía también en la captura del sentimiento, el genial realizador se desmarca así del aura de rudeza que rodea no sólo al personaje sino, en efecto, a él mismo.
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No se puede extender, de ningún modo, al mundo pre-cristiano el alegato contra la esclavitud que supone Espartaco. De hecho, como bien dices, es una cinta de tendencias claramente socialistas. Fue el único peplum de su época en que Dios no pintaba nada, ni se mencionaba ni se le esperaba.
ATENCIÓN: SPOILER
No es casualidad que Espartaco sea crucificado, es una forma de desmitificar la imagen de Jesús. Un modo de reivindicar que miles sufrieron esa suerte, de habitual aplicación para los sublevados.
PD/ Una curiosidad: el padre de un amigo fue uno de los extras de Espartaco. Estaba haciendo la mili.