Valoración de VaDeCine.es: 8.5
Título original: Shane
Nacionalidad: Estados Unidos
Año: 1953 Duración: 118 min.
Dirección: George Stevens
Guión: A.B. Guthrie Jr. (Historia: Jack Schaefer)
Fotografía: Loyal Griggs
Música: Victor Young
Intérpretes: Alan Ladd (Shane), Van Heflin (Joe Starrett), Jean Arthur (Marian Starrett), Brandon De Wilde (Joey), Jack Palance (Jack Wilson), Elisha Cook Jr. (Torrey), Ben Johnson (Callaway)
Trailer
Raíces profundas, dentro de su propio contexto, se erige como absoluto mito fundacional, como monumento a la instauración en un nuevo territorio físico y cinematográfico. Homenaje al alumbramiento de un país y, a un tiempo, cuna para un hasta entonces inédito (anti)héroe del western. Ambos aspectos serán aquí desarrollados para componer un equilibrado y perfeccionado alegato sobre el derecho a una nueva oportunidad en su definición más puramente estadounidense: la del colono en busca de un rancho en el que enraizar (sueño americano), la de un forastero con un tenebroso pasado pendiente de sepultura (realidad americana).
De ahí la descriptiva traducción del título de este largometraje, cuyo original, Shane, nombre propio del protagonista, reserva mayor espacio para la misteriosa procedencia del carismático personaje de Alan Ladd; un tipo amable, bien parecido y con ganas de ayudar que se acercará casualmente a los Starret, una familia emigrante que intenta asentarse, punto de comienzo del film y nudo desde el que unir ambas historias: la creación del nuevo país y la redención del pistolero. Ambos, colonos y forastero, en busca de su segunda oportunidad, unos huyendo de la miseria en Europa, el otro de su propia historia. Así, aliados por una causa, la de proteger los territorios trabajados por un grupo de humildes granjeros del abusivo latifundista que razonadamente los cree suyos, el largometraje encuentra un púlpito desde el que arengar al esfuerzo cooperativo, disertar sobre la necesidad de valores y ética en la sociedad e, incluso, apuntalar el necesario paso de la agricultura extensiva a la intensiva, germen del desarrollo económico en los Estados Unidos.

No obstante, más allá del argumento y sus principios, lo que hace inolvidable a Raíces profundas es inasible en una apresurada sinopsis. Hará falta un reflexivo visionado para apreciar la esencia de su complejo libreto, adaptación de la novela de Jack Schaefer, y de una dirección de autor, la de George Stevens, sabiamente implementada en el sistema productivo de los grandes estudios de Hollywood. Y es que en medio de la historia que el público demanda (el héroe dispuesto, la defensa del norteamericano y su concepto de familia, la victoria de la justicia) el largometraje ofrece otras pinceladas de enorme enjundia y mayor polémica, obligando a la reflexión no posicionada sobre la necesidad del uso de armas y por ende de la segunda enmienda, hablando abiertamente sobre la usurpación de un territorio y el derecho a la propiedad, o interrogándose sutilmente, apenas una mirada hacia el cobertizo a través de una ventana, sobre la compatibilidad entre el amor incondicional a un marido y la latente atracción hacia un recién llegado de innegables virtudes.

Esta audacia para imprimir aristas al retrato colectivo de la familia Starret, de los granjeros, del primigenio latifundista, de la tienda de hardware del poblado y de la idiosincrasia orbitante a ello, se hará palpable en un montaje audaz, en una dirección clasicista de una agudeza encomiable. Ninguna secuencia es baladí, incluso aquellas destinadas a ejercer de empacadoras de la historia guardan un afán de refuerzo, de contextualización o de sutil simbolismo. No será casual que los protagonistas deban arrancar dificultosamente y de raíz un árbol de su parcela, ni aquellos bailes del día de la independencia. Tampoco la legendaria llegada del mal encarado Jack Palance, fantasma del pasado ineludible.
Finalmente, mención aparte de la magistral fotografía paisajística de Loyal Griggs y la idónea composición musical de Victor Young, el otro gran baluarte de este indiscutible clásico se cimentará en el propio Shane y su legado cinematográfico futuro. Embrión del antihéroe protector de Leone y Eastwood, ancestro innegable de los hoy vigentes personajes de Ryan Gosling en Drive o Viggo Mortensen en Una historia de violencia. Fundador de una estirpe, en definitiva. De su paso por el largometraje dará narración su relación con un niño inquieto y curioso (los ojos mismos del espectador), rubio admirador de Shane, testigo de su calma llegada y enorme corazón, de la ferocidad de su instinto y de su confesional despedida, aquella de la sangre en las manos y la amarga elegancia. No habrá pues absolución para el pistolero, no en un valle donde ni siquiera un revólver usado con justicia resulta conveniente. Para él, sacrificio necesario en pos de un nuevo orden, mito irredento, sólo quedará un lento cabalgar desde el porche del Grafton's hacia la posteridad cinematográfica.
Magnífica